Dios bendiga tu vida.
Dios bendiga tu vida.
La vida de Dios estaba en mí, su amor, su misericordia y su gracia era un constante experimentar y meditar en mi vida. Era una nueva criatura, era libre de mis ataduras, por primera vez todo tenía sentido, aun lo que me había causado angustia y lágrimas. Quería decirle a todo el mundo lo que me sucedió, se lo conté a mis familiares, a mis compañeros de trabajo, al que viajaba a mi lado en el bus, a los que se sentaban en las aceras del barrio para pasar el tiempo de mala forma; visitaba los hospitales, los hogares de los hermanos, donde quiera que había una puerta para compartir el amor del Señor, aprovechaba para tomar la palabra.
Alguien podría decir que estaba en el primer amor, y esta expresión hace pensar que la motivación evangelizadora, de estar comunión con Dios o estar cerca del pastor para apoyarle en su trabajo, es solo para un tiempo, después todo se va y llegamos a ser cristianos de banca, sin ningún interés por los necesitados y sin ningún compromiso por la obra. Pero en lo que a mí respecta, pasó un año, dos y tres años y mi deseo por servir iba en aumento.
Recuerdo que el pastor donde me congregaba era un gran predicador, su autoridad y forma de expresar las cosas daban resultados cada vez que subía al púlpito, y, desde el principio, el primer deseo que llegó a mi corazón fue el de servir a Dios algún día y llegar a entender al Señor y a su palabra de tal forma que pudiese predicar como mi pastor.
Leía la Biblia a diario y escribía comentarios, en cuadernos aparte, acerca de mi entendimiento de las escrituras. Fue así como a los 17 años estaba a cargo de la juventud de la iglesia y trabajaba en hogares trayendo los niños de la comunidad a Cristo. Abrimos una célula y llegaron unos 20 niños de padres inconversos; si esto estaba dando resultado, era el momento de dejar a alguien responsable de ese grupito, e ir y abrir una nueva; lo hice, y otro grupo de niños llegó; al final llegamos a sumar cinco células en distintos lugares, donde se invitaba a los niños a venir y escuchar la palabra; de esta forma llegamos a reunir más de ciento cincuenta niños en casas.
Un día fui a un pueblo donde no había iglesia y vivía una hermana de la congregación, luego de conversar, llegamos al acuerdo de trabajar con los niños de su comunidad; desde el primer domingo, vimos resultados, llegamos a tener más de 25 niños, y fue cuando la madre de esta señora tuvo la idea de hacer estudios bíblicos, una vez por semana, para los padres de estos chicos, y así, podríamos ganar a algunos para Cristo.
Lo hicimos, y los padres comenzaron a llegar; mientras esto sucedía, Dios comenzó a poner en mi corazón la inquietud de dedicarme a su obra a tiempo completo, yo estaba negativo al principio, me gustaba el trabajo, ganaba bien, estaba saliendo adelante, pero aquel sentimiento era cada vez más grande. Así que, en Octubre de 1982, accedí al llamado divino de servirle, y trabajar con aquella gente para la gloria de Dios.
Días después, ya no cabíamos en aquella casa, la gente llenaba el lugar hasta el corredor y los cuartos que daban con la sala de reunión. Comenzamos a orar; un hermano nos ofreció un lote pequeño para construir un lugar para reuniones, pero apareció un local con capacidad para trescientas personas y lo alquilamos por fe, basados en el compromiso de nuestro corazón de esforzarnos para sostener espiritual y económicamente el reto que teníamos por delante.
Dos meses después de reunirnos en el local, teníamos una congregación de 100 personas, que estaban unidas en el sentir de servir al Señor y trabajar en todas las áreas para edificar el Reino de Dios en aquel lugar. De allí, Dios nos unió con una iglesia para trabajar juntos, fue la primera vez que ocurría algo así en Costa Rica; y gracias al Señor los resultados llegaron hasta alcanzar más de 2000 miembros. En el presente, desde California, estamos manifestando el poder del evangelio y llevando muchas vidas a un conocimiento más profundo del Señor.
No puedo menos que dar gracias a Dios por haberme llamado al ministerio, por respaldarme todo este tiempo y por permitirme servirle; a él que es el Rey de Reyes y Señor de Señores; que me ha dado paz para entender que la iglesia, ante todo, es su obra, él la sostiene y la edifica, tiene grandes planes para ella y nosotros, sus siervos, debemos esforzarnos para hacer lo que se nos ha encomendado.
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