Dios bendiga tu vida.
Dios bendiga tu vida.
Crecí en un pueblo rural de Costa Rica llamado Escazú, rodeado de montañas y ríos, de sembrados y algo de ganado; y desde que tengo recuerdos, busqué conocer a Dios con todo mi corazón. Leí el Nuevo Testamento, y compartía dichas lecturas con mis amigos de infancia; algunos padres les prohibían a sus hijos juntarse conmigo porque decían que seguramente yo era evangélico, lo cual negaba con firmeza respondiéndoles que era católico.
A mis diez años, mi madre, con la cual tenía una relación muy especial, se enfermó y los médicos le diagnosticaron un cáncer pronosticándole que le quedaba, a lo más, dos años de vida. Fue en ese tiempo cuando mi vida dio un vuelco muy drástico; al principio me llené de temor y no podía aceptar perderla, luego me aferré a la idea que en aquel entonces tenía de Dios y busqué desesperado lograr la fe necesaria para que ella sanara.
Acudía de constante a cuanto lugar podía en busca de milagros, le pedía a todo el que podía que rezara, hice promesas religiosas creyendo que con ello lograría su mejoría; pero conforme el tiempo pasaba, mamá se empeoraba cada vez más. En mis esfuerzos por buscar una salida, visité una iglesia cristiana donde las personas testificaban haber tenido un encuentro con Jesús y predicaban que con Dios todo es posible. Conocí allí una pareja mayor de edad que amaban al Señor de la forma como nunca había observado en mi religión; cuando ellos compartían la Biblia lo hacían con todo el corazón y en su hogar se sentía una paz que no había percibido en ningún otro.
La iglesia también era diferente de lo que yo había visto hasta el momento: las personas se saludaban con euforia, se interesaban unos por otros, en un amor sincero; en sus miradas puedo recordar algo diferente, como una felicidad que no sabía que existía; la predicaciónse fundamentada únicamente en la Biblia y al final, oraron por las necesidades de los demás. Ese día me pasaron al frente, contaron mi problema y clamaron con todo el corazón por la angustia que arrastraba.
El tiempo pasó, no volví a aquella iglesia por cuanto estaba lejos de mi hogar, mamá siguió empeorando hasta que en agosto de 1975 murió. Fue como si la vida se terminó, no podía creerlo, en adelante la amargura fue llenando mi corazón, me alejé de todos, comencé a rebelarme con todo lo que podía, empecé a tomar licor; y por tres años viví una vida de angustia y vacío terribles, deseando morir, pero con el temor de pasar una eternidad en condenación.
En mi tierra celebran la semana santa, costumbre católica para recordar el sufrimiento de Cristo, y durante la celebración, la gente acostumbra irse a pasear a las playas y descansar. Una familia me pidió que les cuidase su casa durante estos días, y accedí. Para pasarla bien, viendo películas y haciendo otras cosas, compre licor para toda la semana y así, desde el lunes comencé a tomar con un primo que me acompañó.
Para el viernes yo estaba enfermo, con fiebre, me sentía vacío y con una profunda angustia; recuerdo que me senté en el jardín de mi casa a meditar y me atreví a conversar con Dios. Enfermo, borracho, sin deseos de seguir viviendo, le dije que yo sabía que existía pero hasta ahora, no había podido encontrarlo. Fue allí mismo, cuando descubrí a unos 200 metros de donde yo estaba, una carpa en un terreno vacío; donde iniciaba una iglesia.
Mi corazón se alegró, precisamente cuando pensaba dónde encontrar a Dios y me doy cuenta que tenía, tan solo a unos pasos, una iglesia como aquella a la que hacía tres años había asistido y experimentado la presencia del Señor. Así que me propuse ir al día siguiente y hacer lo que tuviera que hacer para que mi vida encontrara propósito.
Aquel sábado de 1978, yo estaba en aquella carpa, escuchando un mensaje del libro de los Hebreos que nunca entendí, ni puedo recordar; pero cuando el predicador hizo la invitación para aceptar a Jesús yo me puse de pie y me dirigí hacia el púlpito. Ese día hice la oración del pecador, oraron por mí; una joven de la iglesia me llevó a un lugar aparte y me explicó que había entregado mi corazón al Señor, que yo era una nueva criatura y ahora tenía a Cristo en mi corazón.
Yo salía de aquella iglesia frustrado, porque esperaba otra cosa; quizá una experiencia diferente; pero, al otro día, cuando sirvieron los alimentos, por primera vez en mi vida oré por ellos, y cuando lo hice comencé a llorar y una paz sobrecogedora inundó mi corazón hasta el día de hoy.
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